CAFÉ PARA DON BRAULIO...
Café para don Braulio
DÍA UNO - Podían ser las cuatro de la mañana, aun el sol no rayaba sobre las crestas de las montañas al noreste del valle central. El pelo de gato, cada vez era más y más intenso. El viento también contribuía para hacer las condiciones más difíciles.
El camino medio empedrado a la altura del Paso de la Hondura, era testigo silencioso del paso de aquella caravana de unas 49 carretas cargadas con café del beneficio Turnón. Todas con rumbo a las costas del Caribe. Les esperaba un largo recorrido hasta la costa y luego en buque hasta las costas europeas.
Memo, un boyero experimentado y con unos 13 viajes de ida y vuelta a las costas Caribeñas, preparaba su carreta. Entre lo exuberante del bosque buscó una rama de un metro y medio y con su machete la cortó y preparó para tenerla lista. Este trozo de madera le serviría para preparar la traba o freno ya que unos kilómetros adelante las pendientes para bajar por el cañón del río Sucio, demandaría aplicar toda la experiencia para que la yunta y su carga no terminaran en el fondo del barranco.
El viento pasaba silbando entre las sombrilla de pobre y arrebataba una que otra rama vieja a los centinelas del bosque centenario.
Luego que Memo terminó con alistar su carreta, se puso a disposición de Chico para ayudarle a terminar sus tareas. Chico no dejaba de hablar con sus bueyes llamados Los Tigres, ya que su coloración en el pelaje era barcino. Para este par de bueyes este era su primer viaje a través de las montañas del hoy parque nacional Braulio Carrillo. Para Chico, era como el día que su güila mayor entró a primer grado de la escuela San Jerónimo de Moravia. Era fiesta y estaba deseoso de ver si los últimos 8 meses de amaestramiento darían sus mejores resultados. Él sabía que toda la caravana estaría pendiente y apoyándole para que Los Tigres sacaran la faena.
La caravana siguió con dirección Noreste. Poco a poco el camino empedrado desaparecía y el barro se tragaba poco a poco las ruedas. Al principio, una pulgada de barro besaba cada rueda y con forme avanzaban llegó a cubrir casi dos o tres cuartas hasta besar las bocinas. El pelo de gato poco a poco se transformó en dardos que golpeaban la frente del ganado. Los bueyes inclinaban un poco sus rostros para evitar que el agua les impidiera ver el camino. Las frenteras de cuero ayudaban un poco en esta labor y desviaban poco a poco el agua hacia los lados.
Cada boyero con una capa improvisada y su chonete de lona caminaban al frente de la yunta. Por largos ratos solamente se escuchaba el son de la montaña recibiendo la caravana. Los boyeros procuraban no hablar mucho ya que el frío les podía afectar la salud en el resto del viaje.
La montaña y su exuberancia poco a poco parecían devorarse la caravana. Atrás quedaron los últimos vestigios de civilización. Las cercas de alambre de púas desapreciaron y en su lugar las higueras o matas de moras tomaron su lugar. Las 49 carretas desafiaban una vez más a la montaña. Al fondo del cañón el ruido del caudal les anunciaba que la cruzada del río sería cosa seria.
La gran serpiente de 49 vertebras se detuvo… un roble centenario había caído al paso del camino. Su tronco podía tener una circunferencia de unos cuatro a cinco metros. Los boyeros con solo verse a los ojos desenvainaros sus cutachas y una que otra hacha entró en contacto con aquel roble que impedía el paso. Mientras Chico ayudaba en la limpieza del camino, Los Tigres con sus largas y ásperas lenguas lamían el agua que seguía escurriendo por sus frentes. Lo duro de la jornada mezclaba sudor y lluvia en sus rostros. Al gran tronco le hicieron dos cortes y luego con dos yuntas de relevo jalaron el trozo a un lado del camino. Listo, el camino estaba nuevamente despejado y la caravana se ponía nuevamente en marcha.
Nuevamente la caravana se detuvo. Cada boyero y su acompañante alistaron el trozo o rama de madera que kilómetros atrás habían alistado. Era el momento de poner la traba o freno a las carretas. La pendiente cañón abajo le llamaban la garganta del pisuicas, este nombre nos dice todo del tipo de desafío que era para nuestros abuelos bajar por dicho lugar. Los boyeros se santiguaron y cada uno le frotó el lomo a sus amigos bovinos. Esto era una manera de decir estamos listos y poco a poco las 49 carretas empezaron a descender, guardaban una distancia entre cada yunta de unos cuatro metros. Siempre el boyero delante de los bueyes con un ojo al frente y otro con la yunta.
El pelo de gato se trasformó en lluvia. El barro se deleitaba abrazando las piernas de los boyeros, los abrazos llegaban hasta las rodillas. Los bueyes buscaban donde dar el siguiente paso. El freno y las trabas a más no poder. Una ventaja en estas condiciones, era que el barro de una u otra forma ayudaba a frenar las carretas y su carga de café que transitaban por las tierras de don Braulio. Ahí en el vagón número 23 iban los Tigres de Chico bien parados, las pesuñas bien clavadas en el barro. Don Chico orgulloso del desempeño de sus amigos, una amistad que había iniciado dos años atrás.
“Negra, te imaginas cuando estos bueyecitos estén listos para domar la montaña en un viaje a la costa Caribeña. Desde que los vi en las fiestas patronales de San Jerónimo les eché el ojo y de verdad que no me han fallado…” – recordaba don Chico.
El canto y la furia del río Sucio cada vez más se escuchaba más y más fuerte. Los bueyes viejos y con varias idas y venidas a las costas sabían a que estaban a punto de enfrentarse. El cañón y su profundidad era caja de resonancia y multiplicaba el sonido a tal punto que subía por las laderas y guindos. Parecía que el resto naturaleza se enmudecía ante la fuerza del caudal que corría desde las laderas del volcán Irazú, hasta las costas y desembocadura allá por Matina.
Los Tigres estaban empezando a sentir el látigo y castigo de la “Garganta del pisuicas”. Una parte de aquello llamado camino, se lo había engullido el río y lo único que quedaba a lo mucho, era unos dos metros entre el guindo y el paredón. Chico sabía que ocupaba que los Tigres se concentraran y pusieran su vista únicamente al frente. El río los podía seducir y abrazarlos con la muerte. Todos los boyeros tenían la mirada puesta en Chico y la prueba que enfrentaba junto con sus amigos…
“Negrita, cuando valla al Caribe con estos bichos te prometo que traeré un caracol bien grande para que el sonido de las olas te arrulle en las noches que yo no esté”
Paso a paso los Tigres y Chico le entraron al desafío. El barro besaba la bocina. El eje de la carreta tenía más de seis kilómetros de comer barro.
“Hay Chico, vos y tus cuentos, ¿cómo va ser posible que en un caracol pueda escuchar el mar? Con solo que Diosito te cuide y te traiga con bien me doy por satisfecha”
En estos casos de peligro inminente, el boyero lleva su cutacha bien afilada. Debe ir listo y en el momento que la carreta se vuelque y que los animales estén en peligro, de un solo filazo corta de cuajo el barzón que amarra el timón al yugo y luego y dependiendo de la urgencia hasta las fajas pueden ser pasadas por el filo del machete. Lo primero son los bueyes, liberarlos y ponerlos en lo posible a salvo.
Un tallo de helecho de montaña, de esos de unos cuatro metros de altura, cayó de repente y asustó a los Tigres… todos contuvieron la respiración. La rueda derecha se atrevió a asomarse demasiado al guindo y la carreta reculó. El río en su mormo se detuvo, por aquello que tuviera que abrazar a los Tigres y llevarlos al más allá. “Vamos Tigres, pasen despacito y no le den gusto al río” dijo Chico.
Poco a poco toda la caravana pasaba el obstáculo. Lo peligroso era que con cada carreta que pasaba un poco de tierra se despeñaba río abajo. Todos esperaban del otro lado. Nadie avanzaba hasta que la última carreta pasara. En esta oportunidad le tocó a Quincho hermano de Memo, ser el último en la caravana. Esto era todo un honor, ya que al ser designado para ir en la retaguardia, significaba que se reconocía sus horas de boyero. La cola de la serpiente de 49 vertebras se depositaba en las manos de la experiencia y para estos tiempos Quincho había divisado las costas del Caribe en unas 16 oportunidades en los últimos cinco años. Este boyero y sus amigos Tuco y Tizne se conocían ambas costas.
Cuando caía la tarde ya se encontraban en las orillas del río Sucio. El campamento para el sesteo ya estaba caso listo. Carretas a un lado y los bueyes enyugados disfrutando de algunos trozos de caña de azúcar y agua. Dos fogatas luchaban con el día largo y frío para alzar sus llamas que más tarde cocinarían la cena y daría calor toda la noche.
“Ojalá que Tatica Dios pare esta lloradera del cielo y que el río amanezca más bajo para poder cruzar” era la oración de cada boyero.
“Pues, si mi Negrita estuviera aquí se sentiría orgullosa de los Tigres. Se portaron de lo lindo hoy. Diosito me bendijo con estos animalillos tan buenos.” Don Chico se sentía agradecido con su yunta barcina.
El fuego poco a poco sacaba el olor de la cena. El gallito estaba listo y Chepe Ollas llamaba a los comensales a acercarse para que les dieran por la boca. Unos traguitos de aguardiente les terminarían de sacar el frio y poco a poco iniciaron sus tertulias antes de caer bajo la noche ya casi Caribeña. La noche se pasó rápido y como a eso de la 1:30 am dejó de llover, lo que trajo paz a Toño que le había tocado parte de la guardia de la madrugada.
DÍA DOS - Tempranito ya había mucho movimiento en el campamento. Todos revisaban los toldos de las carretas, que protegían el café que provenía del beneficio Turnón y que pasó una noche en las tierras de don Braulio. Los más experimentados le echaban un ojo a las aguas del río y dialogaban para seleccionar el lugar más idóneo para cruzar. Memo ya estaba listo, era un boyero con buena experiencia y además bien jugado en estas lides. A dos carretas les cambiaban una de las ruedas de una sola pieza, ya que habían sufrido con el golpeteo en las piedras y el barro y la humedad las habían ablandado y estaban a punto de reventarse.
El sol apenas empezaba a secar el barro en los lomos y patas de los bueyes cuando se dio la orden de empezar a cruzar el río. Los viejos ya habían escogido el mejor lugar.
Don Chico volvió a ver a los Tigres mientras se persignaba y se encomendaba al Creador. Él sabía lo duro que era echarse a las aguas del río, sobretodo que la mayor parte de la noche había estado lloviendo.
Llamaron a Quincho que era el boyero con más experiencia, sus bueyes habían recorrido estos parajes en muchas oportunidades. Quincho se quedó viendo el río, se inclinó para meter las manos al agua y de inmediato se persignó. Los compañeros le peguntaron ¿Cómo la ve Quincho, podemos entrarle al confisgado? Quincho de inmediato dijo – Lo único que ocupamos es que el agua no esté arrastrando troncos y ramas de árboles. Traigan de inmediato los troncos de balsa y alistemos la carreta.
La técnica para cruzar el río, consistía en amarrar la carreta a dos troncos de balsa. Esta es una madera especial para aumentar la flotación. A ambos lados de la carreta se amarran los troncos y con grandes cuerdas se tira una línea hasta la otra margen del río. Se utilizan unas tres líneas de mecate. Una fija como guía y las otras dos para irle dando dirección a la carreta para que no se termine estrellando contra las grandes piedras. Tenían que llevar en cada viaje varias cuerdas ya que era normal que dos o tres se reventaran o perdieran en el cruce del río.
Los bueyes cruzaban luego y se soltaban río arriba para que la misma corriente los cruzara en forma diagonal. Era toda una ciencia cruzar la culebra que bajaba desde las alturas del volcán Irazú y Turrialba. Una a una fueron echando las carretas al río, solamente tres personas podían dar instrucciones mientras se hacía llegar la carreta al otro extremo. Los demás ayudaban en silencia haciendo la fuerza en las cuerdas y tratar de ir danto dirección o frenando la carreta. Desde las 7 am iniciaron labores y a eso de las 3:45 pm terminaron de cruzar las carretas y los bueyes. De las 49 carretas, 47 lograron pasar al otro lado, pero dos serían el saldo de pérdidas en tan dura odisea. Uno de los bueyes se quebró una de las patas delanteras y sería muy doloroso sacrificar el animal, ya que había un lazo entre el boyero y sus compañeros. El otro buey no se separaba de su amigo y parecía que sabía el desenlace de su amigo de tantas jornadas. Don Lalo que era el dueño del buey solicitó que la caravana se moviera un poco más adelante y que lo dejaran a solas con el buey quebrado. Todos se movieron en silencio y solamente acataban darle una palmaditas a Lalo en la espalda al pasar a su lado.
Toda la caravana reinició su camino, debían separarse de las orillas del río por lo menos unos quinientos metros y buscar el mismo lugar previsto para montar nuevamente el campamento, ya que pasarían la noche en este lugar. Las fuerzas ya no daban, los bueyes necesitaban tranquilizarse luego de cruzar el río. Todos necesitaban bajar la adrenalina y serenarse. Siempre cruzar el río ponía los ánimos de punta y toda esa tención afectaba igualmente a los animales.
Llegaron al lugar y de inmediato a preparar el fuego para pasar la noche y preparar la cena. Todos buscaban ropas secas para cambiarse y algunos se aplicaban un poco de ungüento en sus piernas para tratar de sacar ese frío de la montaña. Nadie hablaba. Todos pensaban en Lalo y su triste día y sobre todo la labor tan dura que le esperaba.
El fuego ya levantaba una llama de más de un metro. El día besaba las 5:00 de la tarde. Chepe Ollas preparaba el gallito para el fin del día. Tortillas, unos plátanos fritos y con una buena sopa negra con huevos trataría de volverles el calor y las fuerzas. El aguadulce llevaba las jarras de latón enlosado y una que otra botella de guaro de contrabando servía para ir poco a poco rompiendo el hielo y que el grupo se relajara un poco, ya que sería fundamental amanecer con toda la pata para seguir con rumbo a las costas Caribeñas.
Al fondo del trillo se vio el chonete de Lalo. Su cuchillo todavía estaba ensangrentado. El silencio llenó todo el cañón del río Sucio. Chepe lo recibió con un buen trago de aguardiente. Lalo de un solo trago bajó el líquido destilado de la caña de azúcar… respiró profundo y dijo -gracias compas… esto es parte de la vida, del negocio… mañana será otro día y no queda más que ponerle-. Lalo se abrazó con uno que otro compañero y buscó un lugar para entrarle a la cena.
En el resto de la noche, muy pocas voces rompieron el silencio.
El buey que sobrevivió al cruce del río, bramó casi toda la noche llamando a su amigo… bramó tanto hasta que los últimos bramidos eran plegarias pidiendo que su amigo apareciera al final del camino que llevaba al río. Sus plegarias no fueron correspondidas, el silencio fue su respuesta.
DÍA TRES - El sol pintaba sobre el camino sombras que indicaban que ya pronto serían las 10 de la mañana. La caravana ya había consumido 4 horas de camino. El sudor en las frentes mostraba el cambio de clima. Las ropas eran más ligeras y frescas. Las camisas dibujaban una v de sudor en sus espaldas y un par de grandes O a la altura de las axilas. El día de ayer quedó atrás. Hoy las mentes estaban enfocadas en ver pronto la costa del Caribe. Las palmas de cocoteros ya se pintaban más y más en el paisaje. Las palmas de pejibayes se adueñaban del paisaje. De regreso algunos racimos de pejibayes serían cortados para llevarlos como regalos en su regreso al hogar.
Don Chico dialogaba con los Tigres, él se sentía orgulloso de ver el desempeño de sus amigos y les decía –“Güilas que bien se han portado, ahora que sí que ustedes se han graduado. Espere que lleguemos a casa y le cuente a la Negra el par de bueyes que tenemos, es que ustedes son un bichos bien guenos, valientes y sola pa´delante. Cuando en la comunidad se den cuenta que Los Tigres ya fueron y regresaron de Matina, ahora sí que son todos unos bueyes”.
El barro desaparecía del camino para dar espacio a tramos de arena, esto les comunicaba a los boyeros que Matina cada vez estaba más y más cerca. El aire tenía el sabor de la cercanía del mar. Los boyeros habían acordado descansar a eso de las 11:30 am y de una vez poder almorzar. Hoy el menú cambiaría y no le tocaría a Chepe Ollas cocinar, ya que harían la parada junto a un río y algunas personas del lugar se dedicaban a la pesca en el río… ya algunos se saboreaban un guapote con arroz y unos plátanos sancochados.
Las sobras se abrazaban al suelo Caribeño e indicaban que el sol estaba justo sobre los chonetes. La caravana buscó las sombras y se soltaron las yuntas para que buscaran las orillas del río y saciaran sus cuatro pansas. De un solo sorbo Los Tigres se podían tragar casi los dos litros del fresco líquido que bajaba desde las alturas de la cordillera. Los boyeros y de primero Chepe Ollas disfrutaban del pescado frito, arroz y plátanos sancochados. Todos hacían chistes y compartían de lo ocurrido durante el viaje. Lalo ya tenía muy buen ánimo y en medio del almuerzo levantó su vaso y brindó por el buey caído en el cumplimiento de su deber, todos a una levantaron los vasos y brindaron, luego todos volvieron a sus conversaciones. La mayoría se chupaban los dedos, sinónimo de que el almuerzo había estado delicioso y una que otra broma para Chepe Ollas – Hoy si almorzamos, teníamos tres días de no comer nada bueno – y todos soltaban la carcajada al ver la mueca de Chepe Ollas desacreditando el comentario.
El dueño de la fonda, habló con don Chico para ver si le habían mandado un saco de café para el negocio. Don Chico bajó un saco de su carreta del mejor café del Valle Central. – Aquí le dejo un saco a la salud de don Braulio que tuvo la visión de empujar este grano de oro y ríndalo ya que este es el último viaje de este año, ya que luego entra el invierno y es imposible cruzar el río sucio.- Quincho sacó la plata y pagó el saco de café. Mientras llevaba el saco de gangoche a la cocina, abrazó el mismo y lo olió profundamente y dijo – ummmmm esto sí es café y no me agunto, alístame el molinillo que ya mismo me muelo un poquito pa´despabilame.
La caravana ya estaba nuevamente en ruta. Dos ríos más quedaron atrás, el veranillo favoreció su paso. Dos horas les esperaban de camino para llegar al campamento donde pasarían la última noche antes de llegar a Matina. Uno que otro tucán les distrajo en el camino y siempre hablaban del famoso Cacique, un pájaro lindísimo en donde contrastaba el rojo sangre con el negro azabache. Don Chico trataba de imitar algunos de los cantos de las aves y se alegraba mucho cuando escuchaba la réplica del pajarillo camuflado en la espesura de la selva. El resto del trayecto era bastante plano lo que les permitía ir un poco más relajados y disfrutar del diálogo entre los boyeros. El olor a tabaco aromatizó la estampa.
La noche Caribeña poco a poco abrazó la caravana. Los bueyes ya estaban sueltos en un improvisado corral y las carretas rueda con rueda pasarían la noche. Una guitarra llenó de melancolía la noche y aumentó la cabanga de los boyeros, ya eran tres días lejos de sus hogares. Chico extrañaba a su Negra y los chacalines. El disfrutaba pasar con ellos los fines de semana y luego de misa él se echaba sus buenas jugadas de trompos con sus retoños. Chico suspiró con tintes de nostalgia y se abandonó en los brazos de la noche.
DÍA CUATRO – En Matina había mucho movimiento, la caravana descargaba el café en unos pequeños botes que recorrían el resto del trayecto ría a bajo hasta llegar a la costa Caribeña, ahí los esperaba una barco que partiría para Europa. Marineros con acento inglés recibían los botes y se encargaban de llenar las bodegas del navío.
En Matina don Memo y Quincho negociaban con unos comerciantes para llevar una mercadería de regreso al Valle central. Mientras tanto, Chico se sentía feliz ya que en un saco ya tenía el caracol que le había prometido a su Negra, la mentada Lupe. Él se encargó de que fuera el caracol más grande – Sustote se llevará la Lupe cuando escuche el mar en este chunche-. Esta noche la pasarían en Matina. Mañana tempranito retomarían el camino durante otros tres días. Los bueyes bien alimentados y descansados iniciarían el retorno casi de memoria. Quincho rajaba con su yunta y decía – “Mañana estos bichos pueden regresar solitos, es que los van a ver, casitico que abren la tranquera y entran soliticos al establo” – Poco a poco el silencio se apoderó del campamento, todos deseaban que pronto amaneciera y prontico volver a casa.
DÍA SIETE – Por el bajo de la Hondura ya se escucha el cantar de las carretas. Todas las yuntas traen paso alegre, ya huelen la casita y el establo, ellos saben que al final del día dormirán en casa. Buena caña, vástago y melaza los espera. Sus lenguas casi saborean el festín.
Varias carretas vienen con buenos racimos de pejibayes, palmito y la mercadería que Quincho negocio para el flete de regreso. Ya la platita está en sus bolcillos. Todos ya se ven desenyugando y entregándose en los brazos de sus esposas.
A las cinco de la tarde ya Chico estaba en casa, Los Tigres disfrutan en el establo, hoy dormirán calienticos. Las frenteras, fajas, barzón y chuzos listos para otra salida. La consentida con su color rojo minio besaba el techo del establo con su timón. La Negra Lupe no cabe de la sorpresa de escuchar el mar en aquel caracol que Chico le trajo de las tierras Caribeñas. Los güilas esperaban el día de mañana para saborear los pejibayes que habían quedado en el fogón. Don Chico Esquivel esperaba el domingo para ir a misa, primero a dar gracias a Tatica Dios por cuidar a su familia, por la milpa y la casita. Segundo y a la salida de la misa poder rajar con sus Tigres y el viaje a Matina.
De regreso a casa, ese domingo, la tonada de la carreta al golpear el empedrado parecía cantar… caña dulce pa´moler, cuando tenga mi casita oh que suerte tan bonita que pa´mi tendrá que ser… y una milpa y una milpa y buenos gúeyes…
Alejandro Guevara M.
21-04-11 Mata de Plátano,Tiquicia.
Fotografías: Frank Guevara Muñoz - 26 de diciembre en el Camino a Carrillo.